lunes, 30 de octubre de 2023
domingo, 29 de octubre de 2023
Iglesia de Guadalupe y Talambo unidos por la historia
SOBRE LA VENTA DE LA HACIENDA TALAMBO DE PARTE DEL CONVENTO
DE GUADALUPE A LOS AGUSTINOS DE LIMA PARA TENER FONDOS Y CONSTRUIR LA NUERVA
IGLESIA DE GUADALUPE. EN 1801.
Pag. 24, 25
Sobre la base de documentación local, este artículo analiza
los conflictos que surgieron, entre los siglos XVI y XVIII, por el control del
santuario de Nuestra
Señora de Guadalupe, ubicado en el pueblo de Guadalupe, en la
costa norte del Perú, y que tuvieron como actores a la Corona española, al
obispado de
Trujillo, a algunos clérigos seculares, a la orden de San
Agustín y a la población del lugar.
la Corona no había olvidado su voluntad de controlar a las órdenes
religiosas, pues fue justamente en la década de 1770 cuando comenzaron a
llevarse adelante las conocidas reformas borbónicas, entre
las que no dejaron de ser importantes las de índole
religiosa. Más que resolverse con la promesa de construir una nueva iglesia, el
asunto del santuario se había ido dilatando. El problema surgió nuevamente
cuando falleció el prior agustino, fray Manuel Prieto, quien contaba con un
gran respeto en la región y había logrado mantener el asunto bajo control. Pero
a su muerte, el recientemente nombrado clérigo del curato de
Chepén y Guadalupe, Josef Nicolás López de la Barrera, reclamó el manejo de la
iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe. El presbítero exigió que le
fueran entregadas ya no la imagen ni tampoco la custodia,
sino todos los ornamentos y alhajas del santuario, para lo cual contaba con el
apoyo del
35 «Fábrica de iglesias».
36 APG, libro 1 (1750-1840). Se encuentran insertas las
referencias a las visitas de 1760
y del 27 de junio de 1771.
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obispado. Los agustinos decidieron enfrentar la situación y
apelar ante todo aquel que quisiera escucharlos, pero hasta el mismo virrey
Manuel
Amat estableció que no había ningún motivo por el cual
Guadalupe no podía pasar al control de López de la Barrera.
De pronto, el conflicto amainó, aunque no sabemos cómo y por
qué.
Mientras tanto, el santuario comenzó a resurgir lentamente:
si bien siguió dándose espacio a la custodia, la Virgen volvió a ser el
elemento central de atención de la feligresía.
Se mejoró la iglesia, pues se construyó un nuevo claustro y
se compraron varios cuadros de la escuela quiteña.
Volvió a tener novicios, e incluso en un número mayor que el
que hubo en el siglo XVII, etapa de apogeo del santuario: al parecer, llegaron
a rondar la centena.
Pero el problema solo se había mantenido latente y resurgió
en 1789, cuando el intendente de Trujillo, Fernando Saavedra, intervino
directamente en el conflicto y ordenó la entrega del convento. Los agustinos reaccionaron
de inmediato y su apelación llegó a la corte, pues, para 1797, se emitió una
real cédula en la cual se mandaba construir la nueva iglesia, con el fin de que
esta fuera servida por un párroco secular y así el santuario se quedara en
manos de la orden. Bajo esta presión, y con «la
misericordia de Dios, pues parecía no poder cubrir ni los
gastos ordinarios », se construyó una nueva iglesia en «lo último del pueblo
sin casa alguna a la espalda», a 480 varas de donde quedaba la iglesia
principal.
Este templo fue inaugurado el 10 de diciembre de 1799.
Desafortunadamente, el derrumbe de su techo, el 13 de marzo
del año siguiente, dañó la imagen de la Virgen que allí había sido colocada (y
que era copia de aquella que se guardaba en el santuario).37
En esta ocasión, las autoridades no aceptaron demoras: los
agustinos tenían que construir una nueva iglesia o perderían el santuario. La
orden afrontó la tarea con rapidez.
Si antes se habían demorado en encontrar un terreno adecuado
para levantar la iglesia, ahora hallaron uno justo frente a la plaza del mismo
convento. Para su construcción, se contó con el maestro mayor de alarifes
Evaristo Noriega, quien terminó por
37 «Fábrica de iglesias».
aldana Entre obreros del Señor 65
desarrollar una versión en menor escala de la iglesia de
Nuestra Señora de Guadalupe. Los materiales se consiguieron en la localidad: la
piedra laja se sacó del cerro de San Josef, y hasta los restos de la primera
iglesia sirvieron para los cimientos. La obra total costó 9085 pesos, de los
cuales 8500 entregó el padre visitador de la orden a don Vicente Labora,
hacendado importante, encargado de tenerlos en depósito y a disposición del
obispo. El resto tuvo que cubrirlo el santuario.38
Quizás por este motivo el convento vendió la hacienda de
Talambo. Aunque las razones que se adujeron en la solicitud de permiso para
vender a las autoridades agustinas de Lima fueron que la hacienda estaba muy
venida a menos, sin aperos y con muy poco cultivo, resulta muy suspicaz que la venta
se realizara entre 1801 y 1802, precisamente cuando el convento tenía que
construir la segunda iglesia.39
Sin embargo, no se puede descartar que la hacienda,
efectivamente, le diera poca o ninguna utilidad.
En esta ocasión, la iglesia sí fue construida sólidamente, lo
suficiente como para soportar un terremoto acaecido en 1803, cuando aún las
obras estaban en marcha.
El alarife Noriega no se fue del valle mientras se construía
la nueva iglesia, y ayudó a reparar otras en Trujillo después del mencionado
terremoto. Además, se sabe que diversos artesanos estuvieron trabajando en
Guadalupe, como Sebastián Marquina, maestro mayor de plateros, y el pintor
Cayetano Ruales. Posiblemente, se encargaron de remozar el santuario o de
componer la nueva iglesia.40
Ahora bien, la información de estas dos iglesias se diluye en
los archivos y en el tiempo. Ambas estaban ubicadas frente a frente en la plaza
mayor y se sabe que en 1804 y 1817 se colocaron dos campanas, pero no se conoce
si esto ocurrió en la primera o en la segunda iglesia.
Dichos instrumentos siempre se colocaban para alguna
celebración importante, y quizás también la norma se cumplió en 1817: ¿se trató
de la entrega de la nueva iglesia?, ¿o de que se hubiera salvado el santuario
de caer en
38 Ib.
39 Solo se cuenta con la carta solicitando el permiso: no hay
referencias a precios. Sin embargo, más adelante esta propiedad no aparece como
parte del convento.
Archivo Arzobispal de Lima. Convento de San Agustín. XVII:
31, 1801.
40 Vargas Ugarte, Ensayo de un diccionario de artífices, pp.
492-493.
66 historica XXX.2 / ISSN 0252-8894
las manos del clero secular y, por lo tanto, del obispado? No
lo sabemos, pero lo que sí podemos afirmar es que los problemas no terminaron
aquí, sino que continuaron —e incluso se agravaron—: la competencia fue feroz
entre las dos iglesias, entre las feligresías de una y otra, y entre los agustinos
y las autoridades religiosas.
Fuente: Entre obreros del Señor: conflicto y competencia por
el control del
santuario de Nuestra Señora de Guadalupe*
susana aldana rivera
Pontificia Universidad Católica del Perú
saldana@pucp.edu.pe
viernes, 27 de octubre de 2023
La saga de los Salcedo en América
EL LIBRO NADA TIENE QUE VER CON NUESTRA FAMILIA SALCEDO ORIGINARIA DE NAVARRA, ESPEÑA Y LAMBAYEQUE, PERÚ
sábado, 21 de octubre de 2023
𝐇𝐈𝐒𝐓𝐎𝐑𝐈𝐀 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐇𝐀𝐂𝐈𝐄𝐍𝐃𝐀 𝐌𝐀𝐘𝐀𝐒𝐂𝐎́𝐍, 𝐁𝐀𝐓𝐀̂𝐍 𝐆𝐑𝐀𝐍𝐃𝐄, 𝐏𝐄𝐑𝐔̀.
𝐇𝐈𝐒𝐓𝐎𝐑𝐈𝐀
𝐃𝐄
𝐋𝐀
𝐇𝐀𝐂𝐈𝐄𝐍𝐃𝐀
𝐌𝐀𝐘𝐀𝐒𝐂𝐎́𝐍,
𝐁𝐀𝐓𝐀̂𝐍 𝐆𝐑𝐀𝐍𝐃𝐄,
𝐏𝐄𝐑𝐔̀.
Jorge Salcedo Kuljevan - José Maeda Ascencio
Hace algunos años, vino don Jorge Salcedo Kuljevan (
Cuglievan), alto, pelo castaño, ojos verdes, fiel reflejo de sus ancestros
españoles y yugoslavos; vino expresamente a conversar conmigo ( el mismo dia
regresó a Lima).
Lo llevé a almorzar al Casino de Ferreñafe y justo, habia
una gran mesa de los viejos socios del Casino que nos invitaron y se armó una
reunión de esas que no se pueden olvidar.
La mayoría de Patriarcas ferreñafanos de aquella reunión,
ya no están con nosotros.
Jorge Salcedo K, ha publicado un artículo y nos hace mención
honrosa.
Hacienda Mayascon
Jueves, 20 de agosto de 2009
Historia de la Hermosa Hacienda Mayascon
Mayascón está ubicada en la parte alta del Valle del Río de
La Leche a 228 metros de Altitud, 36 Km. de Jayanca y 70 Km. de Lambayeque. La
Cultura Lambayeque o Sicán y el famoso Bosque de Pómac se encuentran en sus
inmediaciones.
Fué la primera Hacienda en producir Cacao y Azucar,
abasteciendo a la Fábrica de Chocolates Mayascón que empezó a funcionar en el
año 1851, famosa por sus paltas, tenía 1,300 hectáreas, de las cuales 300 se
cultivaban
.
Bernardino Salcedo Peramás nació en el año 1804. compró la
Hacienda Mayascón y Mochumí Viejo y se casó el 21 de abril 1839 en Lambayeque
con María del Carmen Taforó y Zamora nacida en Chile, Hermana del Obispo
Francisco de Paula Taforó y Zamora, tuvieron 6 hijos, un varón y 5 mujeres.
Bernardino Salcedo Taforó, se casó con Laura Pastor Salcedo,
Angela con Ignacio Romero y Alejandro Puente, Tomasa con Belisario Piedra
Ruiloba, Médico Homeópata n/ Cuenca Ecuador, Josefa con Antonio Pastor Sevilla,
Agueda María del Carmen con Nicanor Leguía Haro, ellos fueron Padres del Presidente
Augusto Bernardino Leguía Salcedo, y Carolina con Manuel Lynch nacido en Chile.
Cuando Bernardino Salcedo Taforó cumple 42 años, su hermana
mayor Tomasa (Mamá Tomasa), le hace ver que es necesario que tenga descendencia
y se case con una mujer de su entorno social, su sobrina Laura, a la sazón de
18 años, és la única que vió con esas características, por lo que decidió
casarse con ella en el año 1874.
En Mayascón se criaron Laura Pastor Salcedo que se casó con
su Tío Bernardino Salcedo Taforó y Augusto Bernardino Leguía Salcedo que
después fué Presidente del Perú.
Había un Chino liberto que al terminar la esclavitud se puso
de nombre Afa y de apellido Salcedo, se encargó de la crianza en sus primeros
años de Augusto B. Leguía Salcedo.
Su Abuelo Bernardino lo envió a estudiar a Chile a Augusto
Bernardino Leguía Salcedo, cuando Leguía era Presidente el Chino Afa Salcedo
decide viajar a Lima a visitar a su "Hijo" creando gran conmoción en
Palacio diciendo que venía a visitar a su "Hijo"; cuando el Presidente
Leguía le preguntó como había hecho para llegar a Palacio dijo que en
"caleta" en lugar de Carreta., produciendole una gran carcajada.
La Familia Salcedo Pastor tuvo 7 hijos, 3 hombres y 4
mujeres. Ana Maria nacida el año 1883, Laura Rosa nacida el 1884, Angélica del
Carmen nacida el año 1887, Bernardino nacido en el año 1888, Alfredo en el año
1890 y Augusto en el año 1892. Bernardino Salcedo Taforó decide enviar a sus
hijos Alfredo y Augusto a una universidad de E.U.A. en donde Alfredo se gradúa
de Ingeniero Mecánico y Augusto de Ingeniero Civil. Bernardino Salcedo Pastor
reclama a su padre, porque él también quería estudiar en E.U.A., pero su padre
le responde que por ser el hijo Mayor tenia que quedarse a su lado trabajando
en Mayascon. Bernardino toma la dedición de viajar por su cuenta a E.U.A. donde
estudia y trabaja en la firma GRACE y CIA. y se gradúa de Ingeniero Mecánico.
Después de terminar sus estudios continúa trabajando con GRACE y es nombrado
Agente Comprador de Artículos Comercializados por GRACE y adquiridos por todo
el mundo.
Ana María se casó con Carlos Vega y Sanabria, Laura Rosa con
Cesar Zorrilla Luján, Angélica con Juan Serra Cañote, Francisco Bernardino con
Celinda Eggart Salazar, Alfredo Wenceslao con Ida Ruiz Gastiaburú, Albertina
con Mario del Río Paredes y Augusto Nicolás se casó con María Rosa Guevara
Montalvo.
Al enfermarse Bernardino Salcedo Taforó, y siendo su sobrino
Augusto Bernardino Leguía Salcedo, Presidente del Perú, éste, a través de las
Embajadas pide localizar a Bernardino Salcedo Pastor, quien en ese momento se
encontraba en China y la Embajada lo ubicó y coordinó su traslado inmediato al
Perú. Por estos días Laura Pastor Salcedo se pone de acuerdo con su esposo
Bernardino Salcedo Taforó para que el legado sea repartido en partes iguales
entre todos sus hijos, hombres y mujeres, haciéndose la tasación de todos los
bienes en 2,100 libras de oro, tocándoles a cada uno 300 libras de oro. También
disponen que la propiedad de la Hacienda Mayascon pase a los tres hijos hombres,
efectuándose la hipoteca de Mayascon para pagar la parte de las hijas mujeres
con cargo a que los hermanos paguen la hipoteca.
Luego de hipotecar Mayascón, los hermanos Salcedo Pastor, en
el año 1910 aprox. tomaron control de esta propiedad, su padre todavía vivía
pero estaba con la salud quebrantada, acordaron que Alfredo viviría en
Lambayeque y comercializaría los productos tanto de la Hacienda como de la
Fabrica Mayascón, y que Bernardino y Augusto trabajarían en Mayascón.
Bernardino Salcedo Taforó falleció el año de 1916.
Los hermanos Salcedo Pastor tenían a un primo hermano Juan
Aurich Pastor, el cual tenía mucha amistad con Alfredo que también vivía en
Lambayeque. Se dice que Juan Aurich había comprado, en el año 1912, la Hacienda
Batangrande que era una parte de la Hacienda la Viña que era la mas grande del
Lambayeque. La Hacienda Batangrande tenía un gran problema, no tenía derecho de
agua, lo contrario ocurría con la Hacienda Mayascón que si tenía toma libre de
agua y estaba aguas arriba.
Dado que ninguno de los hermanos Salcedo Pastor tenía la
totalidad del dinero para comprar la Hacienda, el Juez decidió proceder y sacar
en remate la hacienda, entre los Hermanos, ganando el remate Alfredo Salcedo
Pastor con dinero prestado por Juan Aurich Pastor. Posteriormente cuando la
propiedad ya estaba a nombre de Alfredo, Juan Aurich Pastor le pide la
devolución del dinero, como Alfredo Salcedo Pastor no tenía, en ese momento,
dinero para pagarle, en vista que en el Contrato de Prestamo se mencionó que se
tenia que devolver en Libras Esterlinas lo que hizo imposible la devolucion,
Juan Aurich Pastor le embarga la Hacienda, ganando Aurich Pastor el remate de
La Hacienda Mayascón y tomando posesión de la misma en los años 1936 1937.
La Hacienda Mayascón es imborrable para la Familia Salcedo
Pastor por los gratos recuerdos y anécdotas que de ella hacía Doña Laura Pastor
Salcedo Viuda de Salcedo y sus Hij(a)os.
Nota:
Informacion recopilada por Jorge Salcedo Kuljevan con el
apoyo de Eugenio Bernardino Enrique (Harry) Salcedo Eggart y José Maeda.
lunes, 9 de octubre de 2023
El Incidente de Talambo. Marco Flores Sánchez, 2006
El Incidente de Talambo. Marco Flores Sánchez, 2006
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viernes, 6 de octubre de 2023
Innundacion de Zaña, Teodoro Hampe
Un capítulo de historia regional
peruana: la ciudad de Zaña y su entorno ante la inundación (1720)
Teodoro Hampe Martínez
El fenómeno climático El Niño (oscilación del sur) que asoló las
costas peruanas en el verano de 1720 se relaciona con la historia regional del
norte del Perú, y más particularmente con la realidad socio-económica de la
ciudad de Zaña, hoy en el departamento de Lambayeque. Dado que son
relativamente escasos los documentos que nos permiten medir o cuantificar
específicamente lo que significó El Niño de aquel año, desde una perspectiva
ecológica y de la historia natural, incidiremos más bien en sus consecuencias
sociales. Se tratará en esta contribución, por lo tanto, de las repercusiones
que dicho evento tuvo sobre la organización y la identidad colectiva de las
gentes que habitaban la ciudad de Zaña, población que resultó duramente
castigada por aquel fenómeno de la naturaleza.
1. La evolución histórica de Zaña
En el mapa [lámina 1] que tomamos del famoso compendio de
ilustraciones para la región norteña, el Trujillo
del Perú, elaborado por orden del
obispo Baltasar Jaime Martínez Compañón alrededor de 1780, se nota que la
provincia o corregimiento de Zaña equivaldría, poco más o menos, a lo que hoy
es el departamento de Lambayeque. Realmente, Zaña era un conglomerado
productivo muy importante, abarcando el ámbito de las cuencas del río La Leche,
del río Lambayeque y del río Zaña; llegaba inclusive hasta el río Jequetepeque,
en lo que hoy es el extremo septentrional del departamento de La Libertad
(conforme se aprecia claramente en el mapa de Zevallos Quiñones 1989: 5).
Estamos hablando, pues, de una zona amplia y bastante rica, beneficiada sobre
todo –desde los inicios del establecimiento hispánico– por las haciendas y
trapiches de azúcar, que enriquecieron a los propietarios de tierras y
comerciantes de esta región.
El origen urbano de Zaña (o Saña, como aparece en los documentos de la
época) se remonta al mes de noviembre de 1563, cuando un vecino de la ciudad de
Trujillo, el capitán Baltasar Rodríguez, actuando por mandato del virrey conde
de Nieva, fundó y bautizó una nueva población con el nombre de Santiago de
Miraflores de Zaña. La idea era establecer un poblado a mitad de camino, que
facilitara la comunicación entre dos núcleos o reductos de encomenderos de esa
parte de la costa: por el norte Piura y por el sur Trujillo. La ciudad recibió la habitual traza
urbanística de calles y manzanas rectangulares, de acuerdo con las regulaciones
oficiales españolas, y no tardó en convertirse en la sede de un gobierno
provincial o corregimiento. Así, pues, surgió esta población,
de alcances en principio modestos (cf. Angulo 1920; Durán Montero 1978:
117-118).
Sin embargo, pronto salieron a la luz las posibilidades económicas de
la explotación azucarera y se incrementaron las dimensiones de las haciendas,
conforme a un proceso que ha estudiado detalladamente Susan E. Ramírez en su
libro Patriarcas provinciales
(1991, cap. 6). También hubo, por cierto, otros productos que integraron la
economía de la región; nos referimos al beneficio de cueros, a las tinerías de
jabón y a la producción agrícola de trigo, legumbres y algarrobos. Todo esto
fue determinando que Zaña pasara de su modesta condición inicial a ser ya no
sólo una villa, sino una ciudad, lo cual implicaba un status jurídico-administrativo superior y, más aún, que desafiara
en importancia a los núcleos ya mencionados de Piura y Trujillo.
Buena demostración de ello la tenemos en una serie de factores: por
ejemplo, la construcción de casas nobles, muy bien dotadas de patios, azulejos
y fachadas, que se hacían levantar los propietarios de las haciendas de la
zona, y reportaron a Zaña el sobrenombre de "Sevilla del Perú".
Muchos de los inmigrantes que adquirieron plantaciones eran de origen andaluz y
buscaban repetir, por lo tanto, los patrones sociales y arquitectónicos de su
lugar de origen (véase al respecto Wethey 1946 y Huertas Vallejos 1993:
188-196).
Para rentabilizar los cultivos de caña de azúcar se importó mano de
obra africana en grandes cantidades y la región de Zaña resultó un emporio de
esclavos negros en la costa peruana. La presencia masiva de trabajadores de
origen africano es muy importante para entender la vida cotidiana, las
costumbres y el folclor que se labró en aquella población. Y es que la
concentración de gentes oriundas del África, al amparo de unas condiciones
morales algo laxas –como se dieron particularmente en esta zona–, permitió el
mantenimiento de sus ritos tradicionales, su música, sus fiestas... Los
estudiosos de la música costeña peruana, por cierto, sitúan en Zaña los
orígenes del tondero y de la cumanana, que son géneros de un origen africano
más o menos evidente. En esta línea de investigación, hay que destacar el
notable aporte de Luis Rocca Torres (1985), al haber explorado la vida social y
las creaciones culturales de la mayoritaria población de origen africano.
Había por lo tanto ciertos rasgos especiales en la colectividad
zañera, que sin haber nacido como núcleo residencial de encomenderos, fue poco
a poco ganando en importancia. En 1606, algo más de cuarenta años luego de la
fundación de Santiago de Miraflores, vino a ocurrir en este lugar un hecho
notable: la muerte del segundo arzobispo de Lima, y uno de los cinco santos
peruanos, Toribio Alfonso de Mogrovejo. Falleció santo Toribio mientras estaba
realizando una visita pastoral en la enorme extensión de la diócesis a su
cargo, y más tarde adquirió la categoría de patrono de esta población (cf.
Benito Rodríguez 2001: 161-165).[1]
El propio rol que ejercía Zaña en el desarrollo socio-económico y su
lugar en la mentalidad de quienes venían de afuera, y escuchaban con frecuencia
el nombre de esta población, originaron que fuera ella un punto codiciado por
los piratas y corsarios que atacaron las costas del Mar del Sur durante el
siglo XVII. Es sabido que una serie de expediciones, tanto holandesas como
inglesas, aparecieron en el litoral del Pacífico a lo largo de esta centuria y
obligaron, entre otras cosas, a emprender importantes obras de defensa, como la
fortificación del Callao, de Lima y de Trujillo y el mejoramiento del resguardo
militar en la armada del Mar del Sur. No siempre, empero, se logró impedir que
los ataques de aquellos intrusos tuvieran éxito. Más aún, los filibusteros conseguían a veces la alianza de la
población negra esclava (según se evidencia en el magnífico
estudio de Bradley 1989, caps. 6 y 7).
La memoria colectiva de los zañeros
recuerda perfectamente cómo en 1686 un pirata de origen inglés, Edward Davis,
acompañado de un grupo importante de expedicionarios, logró internarse en su
territorio, pasando la barrera del puerto de Chérrepe, junto a la desembocadura
del río Zaña, que era el punto de comunicación marítima con el exterior. La
defensa local parece haber estado a cargo de Luis Venegas Osorio, quien reunió
unos 300 caballos y mulas para salvar a los religiosos y otra gente inútil para
pelear, organizó un alarde de armas y municiones y distribuyó centinelas. Pero
resultó difícil reunir más defensores debido a las lluvias, que habían
aumentado el caudal de los ríos.
Davis y sus seguidores anclaron
el 3 de marzo de 1686 en tres buques, lejos de la tierra, y luego desembarcaron
200 hombres en siete canoas, una legua a barlovento de Chérrepe. Indios que
huían llevaron la noticia a Zaña, donde reinaba "gran confusión y llanto
de mujeres y niños, que ocasionaba mayor confusión, y sin adbitrio fueron
cojiendo la vereda de los montes, sin atenzión que a salbar sus personas"
(según refiere un documento de la British Library, Ms. Additional, 13964). En
el ataque a la población perdieron la vida dos ingleses, uno muerto por un
negro y otro que quedó prisionero; pero en general la resistencia fue débil.
Los piratas se apoderaron de la ciudad, saquearon las iglesias y casas y
acumularon un botín de 300,000 pesos en plata, joyas y ropa.[2]
El hecho es que ese grupo de navegantes europeos penetró en la ciudad
de Zaña y castigó severamente a muchas familias, incautándose riquezas que
estaban en manos privadas y, según registra la memoria, mancillando el honor de
algunas doncellas. Dicho acontecimiento, sumado a una forma de vida mundana,
cosmopolita, alegre, vino a engendrar en la mentalidad de las gentes la imagen
de Zaña como emporio de libertinaje: "capital disipada del norte del
Perú". Según este razonamiento, una suerte de castigo divino habría
acabado con la población, por medio de las graves inundaciones de 1720 y 1728
(cf. Huertas Vallejos 1987: 14-17; Samamé Rodríguez 1995).
Otro desastre que asoló a Santiago de Miraflores de Zaña en las
décadas postreras del siglo XVII fue un violento terremoto, que se dio el 20 de
octubre de 1687, afectando la costa peruana en su conjunto y destruyendo gran
parte de la ciudad de Lima (la cual hubo de ser reconstruida por el virrey
duque de la Palata y sus allegados). Se dice que este sismo, al modificar el
ecosistema del litoral, afectó seriamente los cultivos de panllevar y trigo.
Tuvo entonces lugar una plaga que disminuyó, en gran medida, las posibilidades
de beneficio del suelo para estos productos alimentarios básicos y trajo como
consecuencia un fenómeno novedoso en la economía colonial: la importación
masiva del trigo de Chile, hecho que se registra justamente desde finales del
siglo XVII (Ramos Pérez 1967).
Todo esto sirve para indicar, pues, que hay una situación bastante
convulsa en la economía zañera a partir de la década de 1680, y vemos que esto
se prolonga hasta 1720, el año de la gran inundación, sin que se pueda hablar
empero de un declive pronunciado. Los hacendados trataban de mantener sus condiciones
privilegiadas de antaño, y aun hubo algunos propietarios de tierras que,
abusando de las dificultades de los pequeños hacendados, lograron engrandecer
los términos de sus respectivos latifundios. En este contexto, Susan E. Ramírez
(1993: 298-300 y tabla 4) apunta que uno de los factores que entorpecieron el
desarrollo de Zaña, ya entrado el siglo XVIII, fue la estructura y evolución de
precios en el mercado del azúcar.
Sucedió que, en un momento de incipiente globalización de la economía,
comenzaron a explotarse de manera intensiva las plantaciones de azúcar de la
zona del Caribe, en las islas de Barbados, Trinidad, Jamaica, Santo Domingo y
Cuba, que estaban en manos de diversas potencias europeas. A estas islas
antillanas se llevó mano de obra esclava africana en cantidades notables, con
lo cual se formaron plantaciones azucareras de alto rendimiento (cf. Hampe
Martínez 1990: 248, 254-255). La colocación de un monto agregado de productos
en el mercado internacional fue propicia para una baja de los precios del
azúcar, en la medida que aumentaba la oferta; lo cual a la larga vino también a
desfavorecer los intereses de quienes, en la costa peruana, trabajaban en el
cultivo y refinamiento de la caña.
Estas son, en apretada síntesis, las condiciones sobre las cuales se
llevaba la vida social, las costumbres y la esfera económica de la ciudad de
Zaña, una población de constante desarrollo hasta que ocurrió el fenómeno de
lluvias intensas de El Niño (oscilación del sur) en el verano de 1720.[3]
2. El rescate peruanista de
Brüning
Para la reconstrucción de aquel suceso del siglo XVIII, como para la
representación de cualquier acontecimiento histórico, es importante consultar
las fuentes de archivo. Pensaríamos, de primera intención, que podría haber
documentación privada y alguna correspondencia interesante, en que unas
personas relatasen qué se iba viviendo, cómo la gente iba preparándose para el
eventual desastre que sería el desborde del río Zaña, a la vera del cual estaba
aquella ciudad. Sin embargo, el propio hecho de que la población fuera arrasada
por las aguas ha contribuido a que buena parte de la documentación haya
desaparecido, y la correspondencia privada no existe, además, porque muchos de
los hacendados y gente advertida del fenómeno salieron de sus hogares a tiempo;
por lo tanto, tenemos que recurrir a los testimonios de carácter oficial.
Se plantea entonces el problema de saber qué ocurrió con los papeles
de la escribanía pública y del cabildo o ayuntamiento de Zaña, organismo que
regía la vida ciudadana. No se han conservado los libros de cabildos en el
Archivo Regional de Lambayeque, aunque quedan felizmente algunos dispersos
protocolos notariales (a partir de la primera mitad del siglo XVII), donde se
da cuenta de transacciones como compraventas, alquileres, préstamos, dotes y
otras, que conformaban la vida cotidiana de la gente zañera en las décadas
previas a la inundación de 1720.[4] Pero faltaban hasta ahora
los libros de actas municipales, una fuente importantísima en la medida en que
nos habla de las prevenciones que tomó el gobierno local, de las acciones que
el corregidor, el alcalde y los vecinos principales emprendieron para hacer
frente a la catástrofe de El Niño.
Y en este contexto hay que recordar el nombre y la personalidad de
Hans Heinrich Brüning, o don Enrique Brüning (1848-1928), ilustre peruanista
alemán. Él era un ingeniero mecánico, originario del pueblo de Bordesholm, en
la comarca septentrional de Schleswig-Holstein, que en 1875 llegó a las costas
peruanas. Se radicó inicialmente en las cercanías de Trujillo, habiendo venido
bajo el amparo de unas vinculaciones con compatriotas suyos, que le habían
antecedido en el trabajo con los hacendados de la zona, a los cuales ellos
brindaban su conocimiento técnico para el mejoramiento de la producción
azucarera y para renovar las condiciones de trabajo en los grandes fundos o
"complejos". Este fue el objetivo esencial con el cual llegó Brüning
a la costa norteña; sin embargo, muy pronto quedó prendado de esta región y a
partir de los años siguientes a la guerra del Pacífico lo encontramos
recolectando una serie de testimonios arqueológicos, etnográficos,
lingüísticos, históricos y visuales, que registran de forma privilegiada cómo
era la vida en estas comarcas norperuanas, básicamente en Lambayeque y La
Libertad (remito aquí a la minuciosa exposición de Raddatz 1996).[5]
A Brüning le debemos una colección de más de dos mil fotografías,
hechas por el sistema entonces usual de placas de vidrio, las cuales hasta hoy
se han conservado y están a la disposición de los investigadores en los museos
etnológicos de Hamburgo y Berlín. Estas imágenes se han publicado hasta ahora
en una porción mínima y nos grafican, nítidamente, las costumbres, el modo de
trabajar, las vestimentas, las casas, todo lo que era el mundo de la costa
norperuana en aquella época. La mejor aproximación al material fotográfico
legado por Brüning se debe al antropólogo norteamericano Richard P. Schaedel,
quien expuso y comentó una selección de esas imágenes en su obra pionera de 1988.[6]
Otro punto importante en la labor peruanista de Brüning son las
grabaciones, hechas en viejos cilindros magnetofónicos, de los últimos
vestigios de la lengua muchik o
mochica y de la música popular en dicha zona. El ingeniero alemán se halló a
principios del siglo XX en la villa y el puerto de Eten, en Lambayeque, donde
ubicó entre los pescadores aborígenes a los últimos hablantes de ese viejo
idioma. Se dice que registró una serie de declaraciones en lengua mochica; pero
lo evidente es que captó la música popular y típica de dicha provincia, tal
como se comprueba en el conjunto de 21 cilindros que actualmente guarda –en su
precioso archivo fonográfico– el Museo de Etnología de Berlín (cf. Hampe
Martínez 1999). Más aún, se han conservado algunas de las cartas que Brüning
dirigía al profesor Erich Moritz von Hornbostel, del Instituto de Psicología de
la Universidad de Berlín, acompañando y comentando aquellas grabaciones.[7] En el Centro de Música y
Danzas de la Pontificia Universidad Católica del Perú, la profesora Chalena
Vázquez se encuentra dedicada al paciente trabajo de rescate de esas piezas
magnetofónicas, fomentando su traslado a modernos instrumentos de registro
auditivo.
Además, la labor investigadora de Brüning, en su amor por la zona en
la cual se afincó, comprende la recolección de ceramios, textiles, artesanías,
objetos de oro y plata, procedentes de las civilizaciones precolombinas.
Sabemos que, movido seguramente por apremios financieros, en 1921 el peruanista
ofreció la venta de sus colecciones al gobierno de Augusto B. Leguía, cuando se
celebraba el centenario de la proclamación de la Independencia y había pasado
casi medio siglo del afincamiento de Brüning en nuestra patria. En efecto, las
piezas arqueológicas fueron adquiridas por la suma de 60,000 soles oro, y
sirvieron de base para la fundación y desarrollo del Museo Nacional Brüning en
Lambayeque.[8]
Este curioso personaje reunió además un conjunto de piezas históricas
de primera mano, porque–como estudioso alemán forjado en la escuela de la Kulturgeschichte o historia cultural–
estaba convencido de que lo ideal era combinar todo tipo de evidencias para
reconstruir las sociedades del pasado. Así, pues, utilizaba fuentes propias de
la arqueología, la lingüística, la etnología, el folclor y también la historia
(cf. Schaedel 1988: 224; Hampe Martínez 1997: 26). Don Enrique Brüning se ocupó
de coleccionar documentos originales, sobre todo de la época de la dominación
española, que hablaban de una serie de aspectos de la vida social y económica
en la zona. Formó un archivo importante de papeles antiguos, los cuales estaban
conservados malamente y casi a punto de desaparecer, en manos de los notarios
públicos de Lambayeque, quienes eran amigos suyos. Hay que considerar que en aquella sazón todavía no
estaba instituido un Sistema Nacional de Archivos y no existían archivos
departamentales o regionales que congregaran sistemáticamente los papeles,
debido a lo cual las notarías públicas cumplían la respectiva función de
"guardianes de la memoria".
Felizmente hoy se puede consultar ese legado documental, que está a
disposición de los investigadores en el Museo de Etnología de Hamburgo, aunque
con evidentes restricciones.[9] ¿Qué contiene este acervo,
la parte historiográfica de la enorme herencia científica de Brüning? Pues
testamentos de indios principales y del común; pleitos por tierras; inventarios
de bienes de personas y corporaciones; copias de provisiones y cédulas reales;
escrituras de venta de tierras, estancias y casas; expedientes judiciales sobre
transmisión de propiedades y cuestiones monetarias; demandas por derecho de
aguas; actas de gobierno municipal; bulas apostólicas y bandos gubernamentales,
entre otros. La mayor parte de
los documentos parece provenir del despacho de un notario amigo en Lambayeque,
Juan Manuel Rivadeneira (activo entre 1901 y 1929), quien era nada menos que
compadre de Brüning. Se aprecia claramente que éste y sus proveedores se
ocuparon de reunir los papeles en función de determinadas líneas o temas de
interés, motivo por el cual es posible hacer seguimientos particulares en tal o
cual materia.
Se trata de una verdadera mina de información para la historia
regional del norte del Perú, comprendiendo los actuales departamentos de La
Libertad, Lambayeque y Piura. Afortunadamente he tenido la ocasión de trabajar
con esos papeles históricos, gracias al auspicio de la Fundación Alexander von
Humboldt, y he publicado el inventario de dicha documentación (Hampe Martínez
1997), ofreciendo así un instrumento de consulta o referencia para quien
quisiera eventualmente aproximarse a ella. Lo cierto es que el acceso a los
papeles es difícil, porque son manuscritos que actualmente están en condiciones
deplorables, debido a la humedad, el tiempo transcurrido y quizá la propia
circunstancia de haber pasado por un desastre como la inundación del río Zaña.
Por ello los funcionarios del Museo de Etnología de Hamburgo son muy reticentes
en prestar esa documentación y en dejarla reproducir.
Como es
natural, tan inmenso y utilísimo conjunto de materiales ha llamado la atención
de los investigadores peruanistas desde hace tiempo. Durante los años 1930
Heinrich Ubbelohde-Doering y Hans Horkheimer, alemanes, fueron de los primeros
que se acercaron a dichas fuentes. En 1957 el ministro de Educación Pública,
Jorge Basadre, formuló una petición para que se hicieran fotocopias de más de
dos mil páginas de documentación colonial; pero el Museo de Etnología respondió
que la tinta de los papeles estaba tan maltratada que difícilmente saldrían
buenas reproducciones. Más recientemente se interesaron también por este legado
el historiador Jorge Zevallos Quiñones, el etnólogo Jürgen Golte y el
arqueólogo Walter Alva Alva, director por entonces del Museo Brüning de
Lambayeque (cf. Raddatz 1996).
Nuestro
inventario de la colección documental de Brüning expone un conjunto de 128
unidades, que cubren desde el siglo XVI hasta la segunda mitad del XIX. Los
papeles etnohistóricos de la época colonial fueron utilizados en gran medida
para la composición de los cuatro fascículos de Estudios monográficos del departamento de Lambayeque, que el
investigador alemán publicó cuando ya tenía una edad avanzada y escribía bajo
la presión –o, por lo menos, la urgencia– de sus amigos del círculo de letrados
lambayecanos (Brüning 1922-23). Lo que interesaba principalmente a don Enrique
eran las sucesiones en el poder, el acceso y utilización de las tierras, y los
nombres de personas y lugares de la civilización muchik.
3. Zaña ante la inundación de
1720
El hecho es que, en medio de la colección de
documentos de Brüning, hemos logrado rescatar las actas originales del cabildo
municipal de Zaña, elaboración de los alcaldes, regidores y principales
funcionarios de la ciudad, que arrancan precisamente de un acuerdo tomado en
1686, en coincidencia con (o a causa de) la incursión del pirata inglés Davis.
Quizá las actas precedentes se hayan perdido o fueran saqueadas con ocasión de
dicho ataque. En el museo de Hamburgo estas actas de cabildos –que
cubren hasta 1720– forman un conjunto desordenado de papeles, y se ve que han
sufrido notablemente con la humedad, la polilla y la falta de cuidado, razón
por la cual muchas de las hojas son ilegibles. De todas formas, los registros
capitulares contienen abundancia de datos y se pueden aprovechar para una
interpretación de la economía agraria, del entramado social y de la vida
cotidiana durante aquel período, así como para formar un listado de los
alcaldes y corregidores que gobernaron por entonces la provincia costeña.
Hemos
comprobado que en diversas sesiones capitulares se discutieron y resolvieron
problemas relativos a la asignación de peones indígenas, al abastecimiento de
la carne y a la distribución de aguas de regadío para las haciendas vecinas a
Zaña. Un interesante complemento a la información de dichas actas se halla en
una carta de dote del año 1715, que testimonia una alianza matrimonial de
primera categoría: el enlace de la criolla zañera doña Juana Josefa de Arce y
Portugal, hija del capitán don Bernabé José de Arce y Vega, con un miembro de
la nobleza titulada quiteña, el gobernador don Miguel Jerónimo Sánchez de
Orellana, hijo de los primeros marqueses de Solanda. Los padres de la novia
estuvieron en capacidad de aportar una dote en esclavos, plata, joyas y alhajas
por valor de 4,134 pesos (cf. Hampe Martínez 1997: 32-33).
Que los
elementos dirigentes de la sociedad zañera se encontraban en un buen nivel
material antes de la inundación de 1720, se ve corroborado por el inventario de
los bienes que quedaron a la muerte del general don Joseph de la Parra. No hay
en este caso una cuantificación monetaria, pero la escritura correspondiente
–labrada en setiembre de 1718– permite apreciar la comodidad con que moraba el
general en su casa de Zaña y el instrumental con que se trabajaban su mina de
salitre de Falupe y sus haciendas de Sicán y San Estanislao. Sabemos que don
Joseph de la Parra fue corregidor de la provincia de Zaña hacia 1698-1700 y
alcalde de esta ciudad en los años 1714 y 1716, cuando menos.[10]
[1]
Toribio Alfonso de Mogrovejo falleció
en Zaña un jueves de Semana Santa, el 23 de marzo de 1606, y permaneció
enterrado en la iglesia parroquial de esta villa durante un año, hasta el
traslado de sus restos a la catedral de Lima (Benito Rodríguez 2001: 185-186).
[2] Hay
referencias al ataque de Davis en una carta del virrey duque de la Palata,
fechada el 7 de abril de 1686. Apunta el vicemonarca que los ingleses no
profanaron iglesias, templos e imágenes, pero "hicieron
irreverencias", porque "les auían dejado tan franco el paso como si
fueran amigos...". No se les cortó el paso a través del puente de Zaña y
tampoco se les atacó al volver a la costa. Debo estas noticias sobre la
presencia de los piratas a la gentileza del profesor Peter T. Bradley, de la
Universidad de Newcastle (en comunicación personal del 14 de abril de 2000).
[3]
El encanto o realismo mágico que
conlleva la memoria colectiva de esta población ha inspirado al escritor José
Antonio Bravo a componer dos novelas de trasfondo histórico: Cuando la gloria agoniza (1989; 2da.
ed., 1991) y La quimera y el éxtasis
(1996). En ambas narraciones se propone la rica combinación de elementos
culturales, sufrimientos y expectativas de los pobladores de origen nativo,
español y africano que moraban en Zaña colonial.
[4] Las más
antiguas escrituras públicas de Zaña que hemos consultado corresponden al
escribano Alonso Sánchez Galindo, en tres cuadernos o registros fechados en
1630, 1653 y 1654. Debo agradecer las generosas facilidades que en el Archivo
Regional de Lambayeque me han brindado la directora, señora Ada Gabriela Lluén,
y todo el personal a su cargo.
[5]
Véase también el testimonio de Juan
Mejía Baca, "Cómo recuerdo a don Enrique Brüning", nota introductoria
a la ed. facsimilar de Brüning 1922-23 / 1989: v-vii.
[6]
Posteriormente el Museo de Etnología
de Hamburgo editó un volumen (Raddatz 1990) que reproduce más de 170 imágenes
captadas por el lente de Brüning y contiene una serie de breves estudios a
cargo de Wolfgang Haberland, Richard P. Schaedel, Bernd Schmelz y Jan
Lederbogen.
[7]
Hornbostel (1877-1935), renombrado
estudioso de origen vienés, es considerado el padre de la musicología
comparada. De su correspondencia mantenida con Brüning, hemos consultado las
cartas fechadas en Berlín el 18 de diciembre de 1908, 29 de noviembre de 1911 y
21 de febrero de 1912, que se conservan –originales– en el Museo de Etnología
de Hamburgo. En la última de estas misivas señalaba Hornbostel que tanto los
instrumentos musicales como las audiciones recogidas en Lambayeque le parecían
de clara procedencia europea.
[8]
Al despedirse formalmente del
presidente Leguía, en carta fechada en Chiclayo el 29 de mayo de 1925,
expresaba con agradecimiento don Enrique Brüning: "Antes de emprender
viaje a Europa, donde pienso que mis dolencias serán curadas, quiero dejar
constancia, por medio de la presente, de mi profundo agradecimiento hacia Ud.,
que supo apreciar el histórico valor de la colección que, por más de cuarenta
años, logré acopiar de todos los objetos de oro, plata, cobre, cerámica y
tantos otros..." (copia en el Museo de Etnología de Hamburgo).
[9]
Los detalles relativos a la venta
póstuma de las colecciones arqueológicas y etnográficas de Lambayeque reunidas
por Brüning han sido fijados con claridad en una conferencia de Corinna Raddatz
(1996), funcionaria del Museo de Etnología de Hamburgo. Se sabe que las
negociaciones fueron desarrolladas por Hans J. Brüning, sobrino del insigne
peruanista, hasta alcanzar el pago de 30,000 marcos en 1929. Más tarde, por
intervención de la señora que había alojado a Brüning en Bordesholm durante los
últimos años de su vida, se logró adquirir la serie de documentos coloniales,
manuscritos, recortes de periódicos y fotos del personaje (1933), por la suma
de 6,000 marcos.
[10]
Tomamos estos datos del libro de actas
de cabildo de Zaña de 1686-1720, conservado en el Museo de Etnología de
Hamburgo, Departamento de América, Col. Brüning, doc. 50 (antigua
signatura: A-51d). Respecto a las propiedades agrícolas del general De la
Parra, véase Ramírez 1991: 225-226, donde trata de un litigio que mantenía
sobre las tierras de Pítipo.
otorgados
por Lucas Puyén, en 1614; Melchor Huicop, en 1640; don Gabriel Limo, cacique
segunda persona del pueblo de Chiclayo, en 1641; Nicolás Quesquén, en 1667; y
Magdalena Piqui, natural de Lambayeque, en 1686.[1]
También hay documentación relativa a doña María Josefa Carrillo Noyochumbi,
cacica principal de Sinto, fallecida en 1776, quien fue propietaria de extensas
tierras de cultivo y pasó a los anales por llevar una vida de auténtica
princesa regional (cf. Zevallos Quiñones 1989: 18; Hampe Martínez 1997: 33).
Por otra parte, aunque no ostentan el preciosismo técnico que podría
haber en testimonios de otra naturaleza, las actas capitulares nos muestran
cómo se vivió la crecida de los ríos y las intensas lluvias en aquel verano
fatídico de 1720. Por tratarse de una fuente hasta ahora desconocida, citaré
algunas partes de esos documentos guardados en Hamburgo. De hecho, se sabe que
las lluvias se prolongaron todo el mes de marzo, a partir del día viernes 1, y
que el mayor embate de las aguas –que destruyeron prácticamente la ciudad de Zaña–
tuvo lugar el viernes 15, en horas de la madrugada. Por lo tanto será muy
emocionante revisar el acta levantada en la víspera, jueves 14 de marzo de
1720.
Ese día se reunieron los más valientes miembros del cabildo,
manifestando su protesta porque tanto el corregidor de la ciudad como su
lugarteniente se habían ausentado, ya varias semanas atrás, para tomar refugio
en el pueblo de Lambayeque, que estaba más al norte y lejos del peligro de las
lluvias. Los cabildantes que quedaban en Zaña, encabezados por el alférez real
don Juan Antonio de la Cueva y Velasco, reclamaban pues por el vacío de
gobierno que se había producido y los perjuicios que la población menos
favorecida estaba sufriendo por el aprovechamiento que los comerciantes y
productores, quienes aumentaban los precios abusando de una población
desamparada. Reza el documento literalmente:
Y
así juntos y congregados, para lo cual me mandaron a mí el presente escribano,
y por no haber en esta dicha ciudad otro capitular ni juez competente por hallarse
en el pueblo de Lambayeque (de esta jurisdicción) –y en particular su merced el
general don Luis del Castillo y Andraca, corregidor y justicia mayor de esta
dicha ciudad y sus provincias, que se ausentó para dicho pueblo de Lambayeque
desde el mes de diciembre del año pasado de setecientos y diez y nueve–, en
cuanto ha lugar conforme a derecho, y atendiendo a la mucha urgencia y remedio
pronto que necesitan muchas cosas del servicio de Dios Nuestro Señor, y que no
se acabe de asolar en su fábrica y traza esta dicha ciudad y no peligren las
vidas de sus habitadores respecto de no haber juez legítimo (que tenga plena
jurisdicción) que lo atienda y remedie, pues además de la ausencia de dicho
señor corregidor, también la hizo de esta dicha ciudad para dicho pueblo de
Lambayeque don Antonio Calderón de la Barca, teniente general, más ha de veinte
días. En cuya conformidad dijeron:
Que para que se remedien muchos
atrasos, daños y hambruna que en semejantes casos sobrevienen, se escriba carta
a dicho señor corregidor (que firmarán los dos señores capitulares) en que se
le noticie la grandísima ruina que ha padecido esta ciudad en su fábrica de
casas y templos, así con los muy grandes y repetidos aguaceros que se han
continuado en estos días como con las grandes avenidas del río, el cual se
entró por la Calle Real, que a no haber dichos señores capitulares aplicádose
con mucha vivacidad y esfuerzo que concitaron para impedir su ímpetu violento
con un tajamar o albarrada que se le hizo, hubiera acabado de destruir el lugar
y las muchas casas que se han caído, de suerte que los más vecinos las han
desamparado y se han ido a las campiñas a vivir debajo de chozas, recelándose
no se les caigan encima.
En
cuyo trabajo se experimenta otro de no menor tamaño que es el de la mantención,
pues respecto de no haber juez que cele –como en todas las repúblicas se hace
el buen gobierno– en el peso, tamaño y medida que se debe […] y está practicado
en los mantenimientos necesarios para la mantención de la vida humana, las personas
que amasan y venden o mandan vender por granjería pan u otros mantenimientos
necesarios, en esta ocasión, con el motivo de la epidemia de dichos aguaceros,
han cercenado y achicado el peso, tamaño y medida del pan, velas y otros
menesteres de aquel que regularmente se observaba (y debe observar) antes de
que se experimentasen tan copiosas y repetidas lluvias. Esto no por otra cosa
sino porque no hay juez que enmiende, reforme y constriña tan mal gobierno;
pues demás de contravenir con lo que está mandado en la medida y peso del pan,
velas y otros mantenimientos, padecen mucho los pobres, que hacen más número
por triplicado que los que tienen mediana forma y no conocida inopia.[2]
El citado testimonio es clarísimo y nos exime prácticamente de hacer
mayores comentarios. Vemos que se da un reclamo de carácter social, junto con
la descripción del fenómeno ecológico: todo en la ciudad corre peligro de
desplomarse, los vecinos que han podido se han refugiado fueran de Zaña, y sólo
quedan en la población los moradores de condición menesterosa. No sorprende,
entonces, que la inundación haya costado la vida de únicamente dos personas,
esclavas negras ambas: una fatua y otra ciega, según expone la documentación ya
conocida.[3]
El plano de la ciudad de Zaña [lámina 2] contenido en la obra de don
Baltasar Jaime Martínez Compañón, Trujillo
del Perú, representa la situación urbana luego de aquel devastador fenómeno
de El Niño. Vemos allí los restos que han quedado de la población, ya para
entonces abandonada, porque en la inundación del año 1720 la mayor parte de los
edificios civiles, que estaban hechos de adobe, fueron destruidos con la
avalancha del agua. Y únicamente quedaron en pie aquellas construcciones
religiosas, conventos y hospitales, que por estar reforzados con piedra y
ladrillos lograron resistir el embate de las aguas. En esa misma imagen se
muestra el río Zaña, a la orilla del cual estaba ubicada la población de
Santiago de Miraflores, y una serie de campos de cultivo que antes
evidentemente no existían, pero que para la segunda mitad del siglo XVIII se
habían formado en torno a los restos de esa ciudad abandonada, cuyos vestigios
monumentales significan hoy mudos y singulares testigos de la opulencia pasada.
Proponiendo una aventurada semejanza, hemos dicho que Zaña, por esta
condición de ciudad virtualmente detenida en el tiempo, con restos de una
arquitectura que quedó estática desde siglo XVIII, representa una especie de
Pompeya peruana.[4]
Y es que los visitantes que actualmente se acercan a este lugar pueden
contemplar lo que ha quedado en pie: solamente algunas fachadas, elementos
remanentes, sobre todo de las iglesias. Allí están los muros de los edificios
que sirvieron de morada a los religiosos de San Francisco, Nuestra Señora de la
Merced y San Juan de Dios, y también unos borrosos vestigios de la iglesia
matriz, que lucía una planta de tres naves y dos capillas laterales, pero que
hoy día casi no se ve, por hallarse en medio de tierra agrícola donde se
cultiva el camote y el maíz. Una buena descripción de las características de
estos edificios religiosos, tomada en gran parte de documentos originales de
archivos, puede verse en el trabajo de Lorenzo Huertas Vallejos (1993:
164-187).
Siguiendo la traza de ese mismo plano, vemos en la parte más alejada
del río, a unas cuatro o cinco cuadras de distancia, la gran manzana que
corresponde al convento de San Agustín (diseñado originalmente en el siglo XVI,
después de la inundación de 1578, sobre modelos góticos). Esta comunidad de religiosos fue el que menos sufrió
y hoy se puede recorrer gran parte de su estructura, dotada de una iglesia con
gruesa nave, capillas anexas, galerías con arcos y dos claustros relativamente
espaciosos. Se pueden distinguir, entre otras cosas, sus portadas de sobria
factura renacentista, sus bóvedas de crucería gótica y algunas inscripciones y
pinturas murales (cf. Harth Terré 1964: 20). También se ve, un poco más
adentro, la parroquia de indios de Santa Lucía, que era de pequeñas
dimensiones; de ella quedan actualmente pocos restos.
Estos monumentos históricos de Zaña –caso
extraordinario de "ciudad muerta" en el Perú– revelan la arquitectura
típica durante la fase intermedia o de madurez del Virreinato, exenta de las
posteriores deformaciones, que se harían bajo la influencia del barroco
mestizo. A pesar de tales características, no contamos hasta la fecha con
ninguna monografía dedicada específicamente a trazar la evolución social,
económica y arquitectural de Zaña, sobre todo en los decenios previos a la
magna inundación de 1720. Es cierto que algunas contribuciones valiosas han
sido adelantadas en artículos, ponencias y recopilaciones de material gráfico,
a cargo de diversos estudiosos, pero escasean las obras basadas en fuentes de
información originales y realizadas con amplia perspectiva disciplinaria.
4. La ciudad y El Niño: ayer y
hoy
Para fijar las circunstancias actuales de la ciudad de Zaña y su
entorno, remito a un plano de la segunda mitad del siglo XX, elaborado por
Emilio Harth Terré (1964), en el cual vemos cómo y dónde se ha emplazado la
nueva población [lámina 3]. Esta, si bien conserva el mismo nombre de Zaña, no
goza nada de la importancia que tuviera aquel Santiago de Miraflores,
conglomerado socio-económico de la época virreinal. Los actuales habitantes
zañeros (adscritos a la provincia de Chiclayo) se han replegado en torno al
cerro La Horca, así llamado tradicionalmente por las ejecuciones que allí se
hacían de los esclavos criminales, mientras que donde antaño se desarrollaba la
vida cotidiana hoy existen –como está dicho– campos de cultivo. Desde la mitad
del siglo XIX, luego de una sonada sublevación de esclavos (1848), el
desarrollo de latifundios como el de Cayaltí vino a significar, además de la
explotación de sus trabajadores, una gran usurpación de tierras de los
agricultores zañeros. En este sentido, La
otra historia de Rocca Torres (1985) ha destacado las luchas contemporáneas
del pueblo de Zaña en defensa de sus tierras.
Al cabo de una reciente visita a la zona, efectuada tras los
devastadores efectos del fenómeno de El Niño de 1998, estoy persuadido de que
los estudiosos y los promotores culturales debemos emprender una acción
inmediata a fin de preservar de una vez por todas los vestigios monumentales de
Zaña. Se trata de una labor que debe tomar la forma de una campaña
multifrontal, involucrando no sólo a las autoridades locales, sino también a
los funcionarios del gobierno central y a las agencias de cooperación
internacional. De no procederse así, tarde o temprano, y por consecuencia de
los azotes de la naturaleza antes que por la desidia humana, estaremos
lamentando la pérdida definitiva de la "Pompeya" de la costa norte
del Perú.
Y no bastará, sin duda, con realizar tareas de prevención y de
estudio. Habrá que conseguir fondos para tratar con instrumental técnico de
punta los muros y estructuras supérstites y, en lo posible, restaurar las obras
arquitectónicas de antaño. Se podría tal vez emprender una acción piloto con el
convento de San Agustín, por ser el que ha quedado más entero tras las fatídicas
lluvias de 1720 y los años siguientes. Rehacer la planta y techumbre de su
iglesia a partir de las columnas y bóvedas que han permanecido en pie, para
continuar luego con la arquería de sus espaciosos claustros, no ha de ser un
desafío inalcanzable para los profesionales del tercer milenio. Lo que se
requiere, pues, es la contribución de auspiciadores y de las autoridades
competentes.
Por lo que venimos diciendo, resulta altamente propicio fomentar las
visitas turísticas y culturales a esos monumentos de la vieja ciudad de Zaña.
Ellos nos muestran, al modo de una radiografía o de un corte sincrónico
–congelado en la primera mitad del siglo XVIII–, una fase decisiva en el
desarrollo arquitectónico y urbanístico del virreinato del Perú. Las
construcciones sobrevivientes de Santiago de Miraflores poseen objetivamente la
ventaja, o cuando menos la peculiaridad, de que son obras no influenciadas aún
por el arte indo-hispano o barroco mestizo, en el cual se da la incorporación
de elementos decorativos indígenas, que influyen desde la mano de obra nativa
sobre los modelos y técnicas de procedencia europea (según lo ha puesto de
relieve Maguiña Gómez 1984).
Así, pues, la abigarrada mixtura de patrones artísticos y culturales,
que es característica del urbanismo en Lima, Trujillo, Arequipa y otras grandes
poblaciones vecinas a la costa, no se da en el caso extraordinario de Zaña.
Aquí observamos más bien elementos de impronta europea renacentista o anterior,
como crucerías de traza gótica y fachadas muy austeras. Todo esto nos reafirma
en el convencimiento de evitar su absoluta destrucción y de propender a nuevos
estudios sobre los vestigios monumentales de dicha población, acumulando
evidencias originales de archivo que permitan conocer mejor lo que fue Santiago
de Miraflores de Zaña y su entorno hasta la catastrófica inundación de marzo de
1720. De tal manera completaremos el panorama histórico de este núcleo urbano y
conoceremos a plenitud la incidencia concreta de un fenómeno de El Niño en
nuestro pasado (para una visión general de esta materia, en perspectiva tanto
ecológica como social, véase el trabajo de Hocquenghem y Ortlieb 1992).
[1] Museo de
Etnología de Hamburgo, Departamento de América, Col. Brüning, docs. RPS/U25, U55, U62 y U64.
[2]
Museo de Etnología de Hamburgo,
Departamento de América, Col. Brüning, doc. 50 (sin foliación). Esta acta
capitular está firmada por Juan Antonio de la Cueva y Velasco, alférez real, y Dalmacio
Rodríguez de Losada, regidor perpetuo de Zaña.
[3]
Véase la "Certificación de la
ruina de Zaña" por el escribano Antonio de Ribera, fechada el 18 de marzo
de 1720, que ha sido publicada por Samamé Rodríguez (1989) y, más
recientemente, por Huertas Vallejos (2001: 289-292).
[4]
Puedo remitir a las declaraciones mías
que se recogen en la página cultural de La
República, Lima, 21 de noviembre de 1997, bajo el titular "Teodoro
Hampe Martínez y la arquitectura detenida". Allí están contenidas estas
frases: "Cuando hago mis presentaciones de Zaña, hago siempre un símil con
Pompeya, la célebre ciudad que desapareció por erupción del Vesubio el año 79
después de Cristo. De igual manera, Zaña, que era una ciudad muy opulenta,
quedó destruida el año 1720 por la inundación del río del mismo nombre, que se
desbordó y destruyó la mayor parte de las casas, que eran de adobe".